La elegancia del erizo

Después de un largo silencio crítico, retomo la sección de reseñas literarias. ¡¡Aún podemos llegar a los 25!!

La versión oficial

En el número 7 de la calle Grenelle, un inmueble burgués de París, nada es lo que parece. Dos de sus habitantes esconden un secreto. Renée, la portera, lleva mucho tiempo fingiendo ser una mujer común. Paloma tiene doce años y oculta una inteligencia extraordinaria. Ambas llevan una vida solitaria, mientras se esfuerzan por sobrevivir y vencer la desesperanza. La llegada de un hombre misterioso al edificio propiciará el encuentro de estas dos almas gemelas.
Juntas, Renée y Paloma descubrirán la belleza de las pequeñas cosas. Invocarán la magia de los placeres efímeros e inventarán un mundo mejor. La elegancia del erizo es un pequeño tesoro que nos revela cómo alcanzar la felicidad gracias a la amistad, el amor y el arte. Mientras pasamos las páginas con una sonrisa, los voces de Renée y Paloma tejen, con un lenguaje melodioso, un cautivador himno a la vida.

Mi humilde opinión

A pesar de mis reticencias hacia la literatura francesa por el mal gusto que me dejó el hiperpopular Michel Houellebecq, decidí superar esta especie de xenofobia literaria y darle una oportunidad a este nuevo best-seller del país vecino. Sin embargo, creo que definitivamente no es mi estilo de literatura.
Podría aceptar que la estructura tiene cierta originalidad, pero a lo que no encuentro explicación es a las lecciones de filosofía intercaladas a lo largo del libro. Bueno, en realidad, la explicación es sencilla: la autora, Muriel Barbery, es profesora de filosofía.
En mi opinión, si lo que se pretende es escribir una novela (para introducciones a la filosofía ya tenemos El mundo de Sofía), se pueden transmitir las mismas ideas sin necesidad de citar a Guillermo de Ockham ni a Kant. Se perdería esa pátina cultureta que otorga la cita compulsiva pero la agilidad de la trama ganaría muchos enteros.
De hecho, el último tercio de la novela, más concretamente, desde la aparición en escena de Kakuro Ozu, la historia se hace mucho más digerible e incluso diría que intimista. Se entiende qué es lo que la autora quiere contar, los personajes transmiten ese autismo social que sienten al estar viviendo en ambientes que ellos consideran equivocados. Incluso el final está bien conseguido puesto que deja un poso de amargura en el lector que incita de nuevo a reflexionar sobre lo leído.
En resumen, Muriel Barbery deberá romper sus lazos con la filosofía si quiere agradar literariamente. Hay buenos mimbres, pero hay que ser valiente y tirarse al vacío sin red.

Ahora toca algo menos trascendental, algo más veraniego: El juego del ángel de Carlos Ruiz Zafón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo apunta a una buena novela. Como dices la estructura es interesante, esa doble perspectiva de la realidad desde la visión de una adolescente burguesa y la de una trabajadora, humilde y emigrante, anunciaban una lectura estimulante. El título, igualmente era/es sugerente. Sin embargo, no termina de cuajar quizá porque se pierda entre tanta pretensiones.

Anónimo dijo...

Veo que vas a intentar ponerte al día con tus propçositos, yo voy a nacer lo mismo (a mi manera), con los míoa, aprovechando la parsimonia de agosto.

Suerte con Zafón... yo no voy a caer de nuevo, ya tuve bastante con La sombra...

un saludo.