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Hace casi exactamente 29 años podríamos haber entrado en un nuevo período oscuro de nuestra historia si el Rey no hubiera frustrado el intento de golpe de Estado el 23 de febrero de 1981. Yo podría haber nacido bajo el auspicio de un gobierno de concentración de militares golpistas, políticos herederos del franquismo y demócratas como Felipe González. Tal vez nunca habríamos entrado en la OTAN ni en la Unión Europea. Puede que no existiesen las autonomías y que siguiéramos siendo un país centralista.
Pero el 23 de febrero de 1981 tres fueron las personas que evitaron de alguna manera el golpe de Estado. La primera, el Rey, que frustró las ambiciones del general Armada, ex-jefe de la Casa Real y uno de sus valedores en su etapa como príncipe. La segunda, el derrotado Adolfo Suárez, que permaneció sentado en su escaño mientras los golpistas lanzaban tiros al aire. Algunos consideran que aquellos momentos Suárez era un político acabado y que aquel gesto era poco menos que un suicidio. Un suicidio real, no un suicidio político. Este último ya lo había perpetrado unos años antes al legalizar el partido comandado por Santiago Carrillo, el tercer responsable del fracaso del golpe. Carrillo también permaneció impasible ante la irrupción de los militares en el Congreso, demostrando de nuevo su apoyo incondicional a su extraña pareja, el arribista señorito franquista Adolfo Suárez, que venía demostrando durante todos los meses previos al golpe.
Todo esto y mucho más lo narra Javier Cercas (mucho mejor que yo, por cierto) en Anatomía de un instante, la novela que acabó convertida en ensayo sobre el 23-F. Lo cuenta con valentía y sin alinearse con ningún bando. Reparte a diestro y siniestro culpando a toda la clase política del envenenamiento del ambiente pregolpista. Reconociendo que la sociedad probablemente habría aceptado el golpe puesto que no se oyeron voces discordantes durante las primeras horas de encierro de los diputados. Destacando el arribismo de Suárez durante las postrimerías del franquismo pero reconociendo su labor de renovación desde dentro de este mismo sistema. Mostrándonos lo que pudo haber sido y no fue. Lo que afortunadamente no fue. Lo que no queremos que sea. El extremo que debemos tratar de evitar.
A veces me planteo si en estos momentos de bipolarización política seremos algún día capaces de llegar a tales extremos. Creo que la democracia ha madurado lo suficiente en las mentalidades de los españoles para que ante un hecho similar la respuesta sea clara y contundente. No permitiremos que nadie nos domine a punta de rifle. Porque hace muchos años que España dejó de ser el Far West.
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