Ayuda

¡Ayuda! ¡Ayuda! Estas palabras se colaron por mi ventana cuando no había amanecido y yo aún me encontraba dormitando. Al oírlas me sobresalté pues la angustia que comunicaban era alarmante. Creyendo que era un sueño, abrí los ojos confiando que al hacerlo los gritos cesarían. No fue así. El miedo de esa chica seguía adentrándose en mi habitación, creando en mí un profundo desasosiego. ¿Qué debía hacer? ¿Salir a la ventana para ver qué pasaba, llamar a la policía, vestirme y salir en su búsqueda? Mientras estaba en estas disquisiciones, la voz se fue alejando hasta apagarse finalmente. Yo, entre extrañado y adormilado, volví a retomar el sueño que tan inesperado suceso había truncado.

A la mañana siguiente, el episodio seguía rondando en mi cabeza y cuando cumplí con la programada visita a mi peluquero no dudé en comentárselo:

- Oye... ¿tú no habrás oído esta noche a una mujer pidiendo ayuda a gritos?

De pronto las tijeras dejaron de castañetear y sus ojos se cruzaron con los míos a través del espejo que teníamos enfrente. La sorpresa y el miedo se dejaban entrever en aquella mirada vidriosa mientras sus labios pronunciaban un dubitativo no. En aquel momento miré hacia la silla contigua donde normalmente trabajaba su novia y ambos supimos lo que había pasado aunque mi mente no era capaz de entender qué le podría haber ocurrido a aquel chico tan tranquilo que se sentaba delante de mí en el colegio para verse envuelto en algo así.

La conversación siguió por los derroteros habituales aunque se notaba forzada. Mis preguntas inconexas surgían en mi cabeza cuando se hacían hueco entre los remordimientos de no haber actuado y sus respuestas monosilábicas eran el reflejo de mayores preocupaciones.

Tras 30 minutos que parecieron eternos, el chico acabó su trabajo. Pagué, me despedí fríamente y salí a la calle decidido a actuar. Esta vez no me quedaría de brazos cruzados e iría a la policía a comunicar mis sospechas. Cuando apenas me había alejado 100 metros, oí un disparo procedente de la trastienda de la peluquería y al instante comprendí que ambos sabíamos que era demasiado tarde.

Este relato está basado en hechos reales. De hecho, su primer párrafo sucedió esta misma noche bajo mi ventana. Viendo el perfil del maltratador, no sería descabellado pensar en un final así. El maltrato puede esconderse detrás de cualquier esquina incluso la de debajo de tu casa.

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