Contraportada: la versión oficial
Florence es violinista, y Edward ha estudiado historia. Y ambos son inocentes, y vírgenes, y se aman, y tras uno de esos largos cortejos de tira y afloja, donde el chico siempre tira y la chica nunca afloja, se han casado. Es un día de julio de 1962, un año antes de que, según Philip Larkin, en Inglaterra se empezara a follar, cuando El amante de Lady Chatterley aún estaba prohibido y no había aparecido el primer LP de los Beatles...
Edward y Florence van a pasar su noche de bodas en un hotel junto a Chesil Beach, una playa de guijarros de distintas formas y texturas, y de diferentes eras geológicas, unas piedras que dibujan en el suelo un mapa del tiempo. Y lo que sucede esa noche entre estos dos inocentes, estos jóvenes esposos de una clase social y unos años donde hablar sobre problemas sexuales era imposible, es la materia con que McEwan construye su chejoviano, delicadísimo, terrible mapa de una relación, del amor, del sexo, y también de una época, y de sus discursos y sus silencios.
Mi humilde opinión
A diferencia de Expiación, Chesil Beach no es un libro basado en el argumento, en lo que cuenta, sino en cómo se cuenta. Es un libro intimista, delicado pero que no cuenta nada nuevo: chico que ama a chica arde en deseos de consumar físicamente su amor, mientras chica está atormentada por esta constante pulsión sexual. Todo un clásico de ayer, hoy y siempre que, además, no añade nada nuevo a lo escrito hasta ahora. No se explota apenas la jugosa baza de la inestabilidad mental de la madre de Edward, no se juega con el diferente status social de ambas familias. En definitiva, se apuesta por que el lector se vea nítidamente reflejado en los personajes para llegar a conmover. Y en otros casos funcionará, pero en el mío propio, esa vida ya la he vivido y prefiero leer para vivir otras vidas.